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Gabriela Reyes

Sus días transcurren entre la memoria y el olvido, en un espacio donde se da el último adiós a los seres queridos, desde hace más de 30  años diferentes panteones lo han acompañado en su oficio: el ser panteonero.

El Sr. Orberlin Hernández Cruz es panteonero desde 1987, ha ejercido este oficio en el Panteón General, Jardín, Ex Marquesado, San Juanito  y actualmente en el del Barrio de Xochimilco.  Desde las 7 de la mañana comienza su jornada laboral, limpiando principalmente el acceso del panteón, posteriormente comienza la limpieza de pasillos, tumbas, recolecta de basura que los mismos árboles o hierbas generan, algunas familias le piden el retoque a las letras de las lápidas, recorte de árboles o apoyo a la siembra de algunos arbustos o flores, cuando se trata de inhumaciones o exhumación, desde temprano comienza la excavación  para tener listo el espacio donde  descansarán los restos del difunto.

“Llega gente y nos preguntan si nos da miedo estar en el panteón solos y la verdad que no, con el tiempo uno se va adaptando al trabajo”

Más allá de la serie de mitos y leyendas que surgen alrededor de un panteón, el Sr. Orberlín señala que en lo que lleva trabajando en panteones nunca le ha pasado ningún tipo de experiencia “sobrenatural”, no sabe si es cuestión de suerte, creencia o fe, pero lo que es cierto es que cada que hay alguna excavación donde hay huesos de algún difunto,  pide permiso, hay veces que habla como un loco, señala, pero siempre pide permiso y disculpas por mover los restos, desconoce si esta es la razón por la cual no ha tenido ninguna experiencia extraña, al final de todo este  trabajo forma parte de su vida y le tiene respeto, cariño, incluso a las tarántulas, ríe, que aparecen seguido y son de tamaño grande.

Han pasado 30 años ejerciendo un oficio donde ha visto dolor, sufrimiento y olvido, en algunos casos el olvido es por una cuestión religiosa sin embargo también ha visto a personas que van seguido, hablan con sus difuntos, comen junto a ellos, les llevan flores y mantienen “bonitas” su lápidas , incluso conoce bien a esas personas, cuando visitan el panteón  pareciera que no sólo visitan a sus difuntos, sino también a los panteoneros, no falta quien les regale un refresco o un taquito para pasar el día, platican de cómo va la chamba,  de las criptas abandonas e incluso le preguntan si no habrá algún espacio disponible en venta.  Ser panteonero es vivir el día a día rodeado de muerte, la misma que no distingue entre  clase social, edad, sexo y es ahí donde la  muerte se concibe diferente para el panteonero.

“La muerte es algo natural, sabemos desde que somos procreados por nuestros papás que tenemos que morir, el detalle es que no estamos preparados cuando llega el momento y  de cualquier forma la muerte duele”

Es difícil volverse insensible ante la muerte, como panteonero,  señala Orbelín, tiene que excavar y estar presente en los sepelios, donde la familia transmite su dolor y es inevitable sentirlo también, sobre todo porque tiene familia y también ha vivido alguna perdida cercana, sin embargo su trabajo tiene que continuar y mantenerse firme hasta el último palazo de tierra.